sábado, 22 de marzo de 2025

El lobo no es el culpable

Hace apenas unos días, el Congreso de los Diputados votó a favor de excluir al lobo ibérico del Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE). Esta decisión, defendida por PP, Vox, PNV y Junts, permitirá de nuevo su caza al norte del Duero. Aunque el debate se ha disfrazado de defensa del mundo rural y de apoyo al ganadero, lo cierto es que se trata de una decisión impulsada por intereses a corto plazo y cargada de una simbología profundamente regresiva.

Quitar al lobo del LESPRE no es una corrección técnica ni una solución real a las problemáticas que sufren los pequeños ganaderos de los Cameros. Es una claudicación ante un relato que lleva años construyéndose: el del lobo como enemigo público número uno del campo. Un relato que ha calado no porque sea cierto, sino porque ha servido para desviar la atención del verdadero problema que afecta al medio rural: la falta de rentabilidad, incumplimiento de normas como la Ley de la Cadena Alimentaria, el abandono institucional, la falta de relevo generacional, y la falta de políticas públicas que de verdad apoyen a quienes todavía hoy intentan vivir del territorio.

Resulta fácil cargar todas las culpas contra el lobo. Es un animal salvaje, potente, con una carga simbólica que arrastramos desde los cuentos infantiles y los miedos ancestrales. Frente a él, la imagen del ganadero como víctima indefensa es potente y efectiva. Y, sin embargo, la realidad rara vez es tan simple.

Sí, existen ataques al ganado. Negarlo sería injusto. Pero también es cierto que esos ataques no son la causa estructural de la crisis del sector ganadero. Los datos están ahí: los precios que se pagan por la carne o la leche, los recortes en servicios públicos, la despoblación, la presión de los intermediarios y las grandes superficies... Todo eso tiene mucho más peso en la asfixia del mundo rural que la presencia del lobo.

Y hay un dato clave que suele quedar fuera del debate: el incumplimiento sistemático de la Ley de la Cadena Alimentaria. Una ley que, sobre el papel, protege a los productores primarios exigiendo que nunca cobren por debajo de sus costes de producción. Sin embargo, esa ley se viola cada día, con contratos abusivos, precios irrisorios y un sistema de distribución que exprime al ganadero mientras engorda los márgenes de supermercados y grandes marcas. ¿Dónde están los controles? ¿Dónde las sanciones?

Pero claro, el lobo —a diferencia de los lobbies agroalimentarios— no tiene voz, ni abogados, ni campañas de imagen. Se le puede culpar de todo, incluso de lo que no tiene nada que ver con él. Y así se construye un enemigo artificial que distrae de los fallos reales del sistema.

Los defensores de la medida con nuestra Consejera de Agricultura, Ganadería, Mundo Rural y Medio Ambiente, Noemí Manzanos insisten en que esto no significa una “barra libre” para cazar, sino que permitirá una gestión “racional” del lobo. La pregunta es: ¿qué entendemos por racional?

La experiencia, tanto en España como en otros países, ha demostrado que la caza no reduce de forma eficaz los conflictos con la ganadería. Al contrario: al eliminar ejemplares sin una estrategia precisa, se desestructura el comportamiento de las manadas, se incrementan los ataques erráticos y, en muchos casos, el problema se agrava. Un lobo joven sin referentes adultos, sin territorio claro, sin jerarquía social, es mucho más propenso a atacar ganado. Paradójicamente, la persecución descontrolada puede generar más daño que el que pretende evitar.

Frente a eso, existen alternativas. Hay ganaderos que han aprendido a convivir con el lobo usando medidas de prevención: perros mastines, vallados eléctricos, pastores eléctricos nocturnos, y sobre todo, una vigilancia activa del rebaño. Son métodos que requieren esfuerzo y acompañamiento, pero que funcionan. La clave está en el apoyo de las diferentes administraciones públicas, la formación, las compensaciones ágiles y justas, y una política rural que no sea cosmética, con mejores accesos a la sanidad, a la educación, transporte público...

Más allá del conflicto inmediato con la ganadería, la exclusión del lobo del LESPRE supone una ruptura con la visión ecosistémica que deberíamos estar defendiendo en plena crisis climática y de biodiversidad. El lobo no es solo un carnívoro más: es una especie clave en la cadena trófica, un regulador natural de herbívoros salvajes, un agente que mantiene el equilibrio en los ecosistemas. Donde hay lobo, hay menos sobrepastoreo, menos jabalíes descontrolados, más diversidad. Su papel es esencial, y eliminarlo o reducirlo a un problema de “orden público” es un error ecológico de gran calibre.

Además, esta medida lanza un mensaje peligroso: que la conservación es negociable, que las leyes pueden modificarse al antojo de intereses puntuales, que basta con hacer ruido para tumbar avances que han costado décadas. No se trata solo del lobo. Se trata de qué valores rigen nuestras decisiones colectivas, de qué tipo de relación queremos tener con la naturaleza, de si aspiramos a coexistir o a dominar a golpe de decreto y escopeta.

Y se trata, también, de una política agraria profundamente incoherente. ¿De qué sirve proteger la producción ganadera si no se garantiza que los productores cobren un precio justo por sus animales? ¿Por qué el Partido Popular no discute con la misma urgencia los abusos de la gran distribución o la falta de control sobre la Ley de la Cadena Alimentaria?

El problema no es el lobo. El problema es un modelo rural quese vacía sin alternativa. Un modelo donde el ganadero no puede dormir tranquilo al verse atrapado entre normativas ineficaces, competencia desleal, precariedad laboral y aislamientosocial. Pretender que el sacrificio de una especie emblemática resolverá esemalestar es, además de ingenuo, profundamente injusto.

Necesitamos otras políticas para el medio rural. Uno que no enfrente a las personas con la fauna, sino que promueva la convivencia. Que entienda el territorio como un espacio vivo, no como un campo de batalla. Que reconozca el papel del ganadero, pero también el del conservacionista, el científico, el voluntario ambiental, el joven que quiere volver al pueblo. Todos cabemos si se hace bien.

Y hacer las cosas bien no es abrir la veda al lobo. Es tener el coraje de repensar el modelo, de financiar medidas de prevención, de modernizar la gestión del territorio, de garantizar precios justos al productor, de cumplir de verdad la Ley de la Cadena Alimentaria, y de revalorizar la biodiversidad como una riqueza, no como un obstáculo.

El lobo no es el culpable. Es, en todo caso, una víctima más de un sistema que lleva tiempo dejando atrás a los suyos.