Sitúense en el Valle de Tobalina (Burgos). Es pleno mes de febrero. El paisaje es espectacular y dos son los protagonistas: el río Ebro y la central nuclear Santa María de Garoña -ubicada a apenas 17 kilómetros de la frontera entre La Rioja y Burgos-, diana de las críticas de muchos y generador de riqueza según los vecinos del valle. ¿Se atreverían a darse un baño? El agua no está contaminada y, además, y pese a ser 9 de febrero, a su paso por la localidad de Santa María de Garoña su temperatura asciende a 21 grados.
Esa es la denuncia que ha hecho pública la organización ecologista Greenpeace. «La actividad de refrigeración de la central produce una notable contaminación térmica en el río Ebro», aseguran. Tanto que, según un informe, la diferencia térmica del agua entre dos puntos separados por apenas 7 kilómetros (uno aguas arriba de la central y otro aguas abajo) es de 15,7 grados centígrados.
«Si existiera un salto térmico realmente de 10 o de 14 grados como dicen y fuera constante no nos dejarían funcionar», dice Antonio Cornadó, director de comunicación de la central, quien rechaza la validez del informe de Greenpeace al «reflejar una situación concreta, en un momento concreto, en un día concreto y en unos lugares concretos».
Así, Cornadó, se remite a los informes de la central que detallan que en el 2009 (últimos datos) la temperatura en el embalse de Sobrón se mantuvo entre los 5,96 y los 21,5 grados, dentro de los límites legales. Esa legislación fija que el salto térmico entre el agua que recibe la central para su refrigeración y la que vierte ha de ser, como máximo, de 3 grados. ¿Cómo afectan esos incrementos térmicos a la flora y a la fauna del río Ebro? Para Cornadó, «el medio ambiente no sufre por esos incrementos térmicos. La fauna y la flora no se ven perjudicados ni por la temperatura ni por los afluentes líquidos o gaseosos».
Javier Martínez Abaigar, catedrático de Botánica de la Universidad de La Rioja, difiere de esa máxima, si bien condiciona los efectos en la flora y en la fauna del cauce del Ebro al «caudal del río en ese momento, al volumen de agua vertida, el tramo afectado, la duración y la rapidez con que se haya producido», ya que, en función de los mismos, «será diferente la capacidad de amortiguación del propio río. Si el incremento ha sido de 5 a 20 grados como dice Greenpeace, es una barbaridad».
La primera consecuencia del aumento de temperatura sería, según el catedrático de la UR, la disminución del oxígeno. «Al aumentar la temperatura disminuye y lo hace de manera exponencial. Muchos animales y organismos podrían morir». Además aumenta el metabolismo, lo que favorece el desarrollo de las bacterias y la degradación de la materia orgánica, lo que hace que disminuya aún más el oxígeno.
No sólo esa carencia ataca a la flora y la fauna: «Cada especie tiene unos márgenes de temperatura que puede soportar y que si sobrepasa un límite letal producirá la muerte no sólo de adultos, sino también de larvas, de huevos, etc.», explica el profesor de la UR. «Cualquier cambio de temperatura afecta al ecosistema, pero se juega con el límite legal...», dice.
Visto en Diario La Rioja
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