domingo, 23 de diciembre de 2007

LA VICTIMA GAY DEL DR. AQUILINO

Os pongo un articulo que me ha impactado mucho, encima lo publica El Mundo para mayor asombro. Hay que tener en cuenta que Aquilino Polaino es colaborador del PP en materia de homosexualidad.
«MANDO que retiraran los espejos de mi casa ya que mi homosexualidad podía ser producto del narcisismo. Me recetó nueve pastilla diarias...».El testimonio exclusivo de un joven tratado por el psiquiatra para quien un gay es un enfermo curable.
Por orden del doctor, de su casa desaparecieron los espejos. De esto hace ya tres años. Fue cuando el joven Alberto, después de que sus padres descubrieran su homosexualidad, quedara en manos del hoy famoso doctor Aquilino Polaino. El escenario: una consulta en un lujoso piso de la madrileña calle Velázquez. El tiempo: durante la primera quincena de octubre de 2003. El diagnóstico: Alberto, un joven guapo, simpático y con un expediente escolar intachable, era un «enfermo» al borde del «abismo». Palabras de Polaino. ¿Por qué? Porque era homosexual. Eso sí, tenía cura, insistió el psiquiatra a los padres del chico. Por eso había que quitar todos los espejos de la casa, que la homosexualidad de Alberto, decía Aquilino, guardaba relación con su narcisismo.«Se me presentó como mi único salvador posible», comenta el joven a este suplemento.
Ahora Alberto lo recuerda todo como un auténtico infierno, en casa -«me encerraron varios meses y me prohibieron comunicarme con mis amigos»- y en la consulta. Sus propios padres ya habían acordado con el doctor que, como último recurso, se probarían las llamadas «técnicas aversivas», prohibidas por el colegio de médicos.
Alberto nunca llegó a comprobar en qué consistían, como tampoco llegó a tomar las nueve pastillas diarias que Polaino le recetó en su primera visita. En la propia farmacia se lo desaconsejaron.«Si no hubiera tenido el apoyo de mi novio y una cabeza fuerte, me habría suicidado», resume el hoy veinteañero.
Pero hay más Albertos y más doctores que, como Aquilino Polaino, siguen convencidos de que la homosexualidad es una enfermedad y existen terapias efectivas que la curan. Ésta es la historia de algunos gays a los que quisieron curar Polaino y otros de sus seguidores. A falta de algún estudio sobre su perfil, un profesional que prefiere mantener el anonimato, con una década de experiencia prestando apoyo psicológico a gays, nos da una aproximación: «Suelen ser de clase alta, entre otras cosas porque el tratamiento es caro. Y abundan los chicos de la burguesía de provincias, que se enfrentan a entornos muy difíciles».
Antonio, de 25 años, un madrileño de la Moraleja tuvo una experiencia parecida a la de Alberto, aunque en este caso con un psiquiatra del hospital San Juan de Dios, hoy retirado, que «me condujo a una situación muy próxima al suicidio». Tenía sólo 18 años y sus padres acababan de descubrir que era homosexual por confesión propia. Aunque Antonio sabía que la noticia no sería bien recibida por su familia, profundamente católica, tampoco imaginó aquella pesadilla. En primer lugar, fue sometido a «un examen físico por el propio médico. Sostenía que la única homosexualidad incurable se debía a malformaciones genéticas como tener las caderas demasiado anchas o las mamas excesivamente desarrolladas».
Comprobado que Antonio tenía un cuerpo masculino perfectamente normal, se le practicó una resonancia magnética (TAC) y se le hicieron análisis de sangre. Los resultados siguieron sin revelar nada extraño. Así que le clavaron electrodos en la cabeza para comprobar si reaccionaba de forma regular a las descargas eléctricas.Todo en su sitio. Según su médico, eso eran buenas noticias porque significaba que era «curable».
Las teorías sobre el origen patológico de la homosexualidad acaban de tener un altavoz en el mismísimo Senado. Hasta allí acudió el pasado martes, reclamado por el PP, Aquilino Polaino. Sus palabras reabrieron un cisma en la comunidad científica que se suponía resuelto desde que, en 1990, la Organización Mundial de la Salud eliminara la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Antes, en 1973, lo había hecho la Asociación Americana de Psiquiatría. Sin embargo, aquellos dos actos solemnes no convencieron a cientos de psiquiatras en todo el mundo (el propio Polaino los cifró en unos 10.000 en el Senado) que, emperrados en postulados homófobos, los consideran como victorias del lobby gay que no deben ser tenidos en cuenta.
En España, es imposible saber cuántos son quienes aplican la terapia reparativa, o lo que es lo mismo, ayudan a sus pacientes a que se conviertan en heterosexuales, pero son decenas, si no cientos. En cualquier caso, reconocen que las probabilidades de éxito no son muy altas. Tanto Polaino como el gurú holandés del asunto, Gerard van den Aardweg, lo cifran en un 30%. Entre el 70% restante, quizá abunden los casos como el de Antonio.Lo dice él mismo: «Acabé convertido en un desecho. Perdí toda mi dignidad como ser humano».
El que no se dejó engañar es Víctor, 28 años, otro madrileño.Fue enviado a una psiquiatra de la misma corriente que Polaino por sus padres. «Acababa de volver de una temporada en el extranjero y sufría una pequeña depresión. Había conocido la independencia y mi casa se me caía encima». Por esa misma época, hace dos años, decidió salir del armario. La reacción fue dramática. «Me mandaron a un médico con la excusa del bajón. Pero en la primera visita me di cuenta que en realidad quería someterme a la terapia reparativa.Por suerte, me pilló muy mayor, y ya no estaba para gaitas. La envié a freír espárragos... No sé qué hubiera sido de mí si me hubiera cogido en una edad más vulnerable».
El doctor Aquilino Polaino, con el que intentó hablar repetidamente CRONICA sin ningún éxito, considera, según explica su ex paciente Alberto, que cuanto más joven sea el homosexual, más fácil resulta curarle. «En mi caso parecía desolado porque hubiera cumplido los 18. Con esa edad ya mis padres no me podían obligar a visitarlo».Alberto -uno de los alrededor de 200 gays tratados por Polaino, según él mismo ha dicho- sólo lo hizo en dos ocasiones: «Me obligaba a considerarme a mí mismo como un efermo cuando yo me veía completamente normal. Hasta mi madre opinó que él estaba exagerando. Pero no escuchaba, seguía empeñado en que yo estaba en un pozo sin fondo y que juntos lo acabaría superando». ¿Cómo? «Primero, reconociendo el problema. Después, ganando confianza en mí mismo, reequilibrando la relación con mis padres y superando un complejo de inferioridad que no tenía por ninguna parte». La curación completa podía salir por un precio desorbitado. «Nos cobró 180 euros por una visita», recuerda.
Actualmente, tanto Alberto, como Antonio o Víctor guardan un recuerdo amargo de la experiencia. Han querido hablar «para evitar que les suceda a otras personas». Y, dicen, si no dan la cara en la foto no es por vergüenza sino porque «nuestras familias salen mal paradas de esta historia y, a pesar de todo, las queremos».

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