El CC de la UJCE rinde un cálido y combativo homenaje a la Revolución de Octubre en su 90º Aniversario.
En el momento de celebrar este aniversario, no nos mueve un sentimiento de nostalgia, sino todo lo contrario. La necesidad de recordar las enseñazas, el significado y el legado de la Revolución de Octubre tiene pleno sentido en la actualidad.
La crisis del modelo neoliberal y de la hegemonía imperialista de EE UU, unido al avance de alternativas antiimperialistas, antineoliberales y democrático-participativas en América Latina, han abierto ya una fase de contraofensiva revolucionaria en el siglo XXI.
Las enseñanzas de Octubre.
La primera y principal enseñanza del Octubre Rojo no es otra que demostrar la posibilidad misma de la revolución.
Hasta el Octubre Rojo, la revolución era sólo una palabra. Una palabra que, en boca de los partidos socialistas y socialdemócratas de principios del siglo XX, entregados ya de hecho a una política de pacto con las oligarquías de cada país, significaba cada vez menos. Revolución era un recuerdo del pasado, un vago deseo, un recurso oratorio o, en el mejor de los casos, un suceso que se esperaba con la pasividad de quien espera un fenómeno natural. No orientaba la práctica cotidiana de la lucha de clases, no articulaba la estrategia política. Era algo que vendría solo, empujado “por el simple peso de los factores económicos” o “por las leyes de la Historia”.
La mayoría de la teoría marxista de principios del siglo XX, fundamentalmente la que se autoconsideraba “ortodoxa”, afirmaba que la revolución y el socialismo sólo eran posibles en los países con alto grado de desarrollo de sus fuerzas productivas, donde la clase trabajadora podía constituirse en fuerza principal y dirigente del proceso revolucionario. Bajo esta supuesta ortodoxia se escondía, en realidad, un profundo eurocentrismo, una actitud pasiva ante los fenómenos potencialmente revolucionarios y, en definitiva, un progresivo abandono de la voluntad de lucha.
Intentar una revolución en Rusia era algo verdaderamente “heterodoxo”, algo contrario a la teoría, contrario al dogma: en un país globalmente atrasado, pese a los centros aislados de desarrollo industrial, con unas relaciones sociales de carácter feudal, compuesto en su mayoría por campesinos, no se puede hacer la revolución porque no está contemplado en el manual.
Ahí radica la segunda enseñanza de la Revolución de Octubre: la superación de toda fórmula preestablecida, de toda receta universal, de todo manual que quiera encerrar en sus márgenes la complejidad y los matices, la creatividad y la imaginación, presentes y necesarias, imprescindibles, en todo proceso revolucionario. En definitiva, la muerte del dogma.
Al dogma, a la verdad revelada de una vez y para siempre, infalible en toda circunstancia y situación, le sustituyó el análisis concreto de la situación concreta.
Esto fue posible gracias a un trabajo de desarrollo y creación teórica, de confrontación ideológica con las concepciones fosilizantes del marxismo, entonces mayoritarias, que lo reducían al determinismo económico (Kautsky) o lo desnaturalizaban al arrancar de su núcleo la lucha de clases (Bernstein). Partiendo de esta premisa, el Partido Bolchevique pudo liderar la toma del poder porque supo expresar los anhelos más profundos de la inmensa mayoría del pueblo ruso, de los sectores sociales objetivamente interesados en construir una alternativa de poder, ante la impotencia de los gobiernos salidos de la revolución de febrero.
Obreros, soldados y campesinos fueron las fuerzas sociales que protagonizaron la Revolución de Octubre. Sus reivindicaciones más inmediatas, que eran las de todo el pueblo ruso, se encontraban sintetizadas en la consigna “¡Paz, Pan y Tierra!”. Esta consigna era el reflejo de los intereses más inmediatos del pueblo, constituía su programa mínimo, resueltamente defendido por los bolcheviques.
Pero estas reivindicaciones inmediatas del pueblo eran ya inadmisibles para el gobierno provisional de Kerenski, incapaz de satisfacerlas.
El certero análisis de Lenin y los bolcheviques veía en esta incapacidad del gobierno provisional para satisfacer las demandas más inmediatas del pueblo la prueba inequívoca de que Rusia se encontraba inmersa en una situación revolucionaria.
El programa mínimo se había convertido en máximo, la satisfacción de los intereses inmediatos del pueblo solo podía darse desde la ruptura con el orden establecido. Y es en estas situaciones cuando se hace necesaria la toma del poder, que cumpla con el programa del pueblo trabajador. Esta profunda verdad estaba contenida en la consigna “¡Todo el Poder a los Soviets!”.
Porque ¿qué eran los soviets sino los órganos de poder de cada una de las fuerzas sociales implicadas en la lucha revolucionaria?
El proceso revolucionario, cuyas primeras manifestaciones se remontan a la Revolución de 1905, vio el nacimiento, fortalecimiento y extensión de soviets de obreros, soviets de soldados y soviets de campesinos. La unión de estos soviets a nivel de toda Rusia sobre la base del cumplimiento del programa del pueblo trabajador se consumó al calor de la Revolución de Octubre.
¿Qué significaba entonces la consigna de “¡Todo el Poder a los Soviets!” sino dar a los campesinos, a los obreros, al pueblo trabajador, en suma, la capacidad, el poder de decidir y resolver colectivamente sobre sus necesidades?
Sin embargo, no basta con tener buenos análisis, buenas consignas o buenas ideas. “Las ideas, sin organización, tras el impulso inicial van perdiendo eficacia”. Es necesaria la perfecta complementariedad, la vinculación entre la estrategia y el instrumento político, el tener una organización diseñada para cumplir con los objetivos estratégicos.
Esa es la tercera enseñanza de la Revolución de Octubre: el método en un sentido amplio, método de análisis, método de intervención política, método de organización.
Estas enseñanzas, que se encuentran en el núcleo de la teoría y la práctica del leninismo, son parte de la herencia irrenunciable del Octubre Rojo.
El significado de Octubre.
La Revolución de Octubre fue el hecho que marcó el desarrollo del siglo XX.
Ha sido el mayor desafío lanzado contra el capitalismo hasta la fecha, manteniendo en jaquel al imperialismo durante siete décadas.
La Revolución de Octubre y el estado que fundó, la URSS, han constituido la principal experiencia de la clase trabajadora y los sectores populares en el poder en el siglo XX, como la Comuna de París lo fue en el siglo XIX, pese a su efímera existencia de apenas dos meses.
Los setenta años de construcción del socialismo en la Unión Soviética, abiertos por el Octubre Rojo, arrojan un balance con luces y sombras, con aciertos y errores, con avances y retrocesos, pero nos aporta un enorme bagaje del que aprender críticamente para el futuro.
Fue la más firme y sólida base sobre la que pudieron impulsarse las conquistas sociales y políticas de la clase trabajadora y de los sectores populares en todo el mundo.
Derrotó la amenaza del nazifascismo. Más de 20 millones de ciudadanas y ciudadanos soviéticos dan fe del esfuerzo que esto supuso.
Apoyó a los movimientos de liberación nacional, siendo uno de los factores clave de la descolonización.
Con el derrumbe de la URSS, se certificó irónicamente su carácter objetivo de freno a la agresividad del imperialismo y de garante de las conquistas de la clase trabajadora y de los procesos de liberación nacional. La contraofensiva lanzada por el imperialismo tras la desaparición de la URSS ha supuesto profundas pérdidas para las fuerzas revolucionarias de todo el mundo, al margen de la opinión y valoración que sobre la propia URSS y la Revolución de Octubre pudieran tener algunas de ellas.
Sólo ahora, ya entrado el siglo XXI, las fuerzas revolucionarias han recuperado la iniciativa y pasan a la ofensiva en América Latina, siendo plenamente conscientes, tanto en lo positivo como en lo negativo, del legado y las enseñanzas de la Revolución de Octubre y de setenta años de socialismo en la URSS.
El legado de Octubre.
Han pasado noventa años desde la Revolución de Octubre y diecisiete desde el derrumbe de la Unión Soviética.
Con la desaparición de la URSS parecía que las enseñanzas de Octubre habían fracasado, que su significado se había agotado.
Nada más lejos de la realidad.
Las enseñanzas del Octubre Rojo no sólo han influido en todos los procesos revolucionarios y de liberación del siglo XX. No sólo las revoluciones de China, Cuba, Yugoslavia, Vietnam, Chile o Nicaragua han bebido de la experiencia del Octubre Rojo, sino que ahora mismo, también forman parte del bagaje que inspira los procesos revolucionarios de Venezuela, Bolivia o Ecuador.
Ningún modo de producción se ha consolidado en la Historia de forma lineal o unidireccional. La transición de un modo de producción a otro es un proceso que puede abarcar toda una edad histórica. Es un proceso que experimenta avances y retrocesos, auges y caídas.
La necesidad del socialismo y del comunismo nace de las contradicciones del capitalismo, de la opresión, explotación y exclusión que genera. El comunismo, como superación del capitalismo, es necesario para dar solución a la miseria que genera el capitalismo en su desarrollo. Y el Octubre Rojo es, y lo será siempre, el ejemplo más vivo de la posibilidad de la revolución y el socialismo.
Las organizaciones comunistas hemos estado mucho tiempo obcecados en explicar los fallos y los errores del proceso de construcción del socialismo que definió el siglo XX. Y en esas reflexiones, parecía que pensábamos que la tarea de edificación socialista es esencialmente fácil y unidireccional, o como si hubiéramos olvidado que ningún proceso de acción humana puede estar exento de error. Pero la realidad dista de funcionar así. Y hoy por hoy esos análisis no nos dan las respuestas que este momento nos demanda. Porque para afrontar los retos que nos plantea el futuro más inmediato, es necesario que nos preguntemos no porqué cayó la URSS, sino cómo se las arregló para ser capaz resistir durante setenta años a la maquinaria imperialista.
Ahora, frente a las nuevas experiencias de edificación socialista que se abren en el horizonte, para elaborar nuestra propia estrategia revolucionaria y para contribuir a la articulación de la lucha antiimperialista, la Revolución de Octubre será siempre una caja llena de herramientas, de instrumentos, que ayuden, que inspiren y que impulsen nuestra lucha hoy.
Siempre Octubre, siempre Rojo.
En el momento de celebrar este aniversario, no nos mueve un sentimiento de nostalgia, sino todo lo contrario. La necesidad de recordar las enseñazas, el significado y el legado de la Revolución de Octubre tiene pleno sentido en la actualidad.
La crisis del modelo neoliberal y de la hegemonía imperialista de EE UU, unido al avance de alternativas antiimperialistas, antineoliberales y democrático-participativas en América Latina, han abierto ya una fase de contraofensiva revolucionaria en el siglo XXI.
Las enseñanzas de Octubre.
La primera y principal enseñanza del Octubre Rojo no es otra que demostrar la posibilidad misma de la revolución.
Hasta el Octubre Rojo, la revolución era sólo una palabra. Una palabra que, en boca de los partidos socialistas y socialdemócratas de principios del siglo XX, entregados ya de hecho a una política de pacto con las oligarquías de cada país, significaba cada vez menos. Revolución era un recuerdo del pasado, un vago deseo, un recurso oratorio o, en el mejor de los casos, un suceso que se esperaba con la pasividad de quien espera un fenómeno natural. No orientaba la práctica cotidiana de la lucha de clases, no articulaba la estrategia política. Era algo que vendría solo, empujado “por el simple peso de los factores económicos” o “por las leyes de la Historia”.
La mayoría de la teoría marxista de principios del siglo XX, fundamentalmente la que se autoconsideraba “ortodoxa”, afirmaba que la revolución y el socialismo sólo eran posibles en los países con alto grado de desarrollo de sus fuerzas productivas, donde la clase trabajadora podía constituirse en fuerza principal y dirigente del proceso revolucionario. Bajo esta supuesta ortodoxia se escondía, en realidad, un profundo eurocentrismo, una actitud pasiva ante los fenómenos potencialmente revolucionarios y, en definitiva, un progresivo abandono de la voluntad de lucha.
Intentar una revolución en Rusia era algo verdaderamente “heterodoxo”, algo contrario a la teoría, contrario al dogma: en un país globalmente atrasado, pese a los centros aislados de desarrollo industrial, con unas relaciones sociales de carácter feudal, compuesto en su mayoría por campesinos, no se puede hacer la revolución porque no está contemplado en el manual.
Ahí radica la segunda enseñanza de la Revolución de Octubre: la superación de toda fórmula preestablecida, de toda receta universal, de todo manual que quiera encerrar en sus márgenes la complejidad y los matices, la creatividad y la imaginación, presentes y necesarias, imprescindibles, en todo proceso revolucionario. En definitiva, la muerte del dogma.
Al dogma, a la verdad revelada de una vez y para siempre, infalible en toda circunstancia y situación, le sustituyó el análisis concreto de la situación concreta.
Esto fue posible gracias a un trabajo de desarrollo y creación teórica, de confrontación ideológica con las concepciones fosilizantes del marxismo, entonces mayoritarias, que lo reducían al determinismo económico (Kautsky) o lo desnaturalizaban al arrancar de su núcleo la lucha de clases (Bernstein). Partiendo de esta premisa, el Partido Bolchevique pudo liderar la toma del poder porque supo expresar los anhelos más profundos de la inmensa mayoría del pueblo ruso, de los sectores sociales objetivamente interesados en construir una alternativa de poder, ante la impotencia de los gobiernos salidos de la revolución de febrero.
Obreros, soldados y campesinos fueron las fuerzas sociales que protagonizaron la Revolución de Octubre. Sus reivindicaciones más inmediatas, que eran las de todo el pueblo ruso, se encontraban sintetizadas en la consigna “¡Paz, Pan y Tierra!”. Esta consigna era el reflejo de los intereses más inmediatos del pueblo, constituía su programa mínimo, resueltamente defendido por los bolcheviques.
Pero estas reivindicaciones inmediatas del pueblo eran ya inadmisibles para el gobierno provisional de Kerenski, incapaz de satisfacerlas.
El certero análisis de Lenin y los bolcheviques veía en esta incapacidad del gobierno provisional para satisfacer las demandas más inmediatas del pueblo la prueba inequívoca de que Rusia se encontraba inmersa en una situación revolucionaria.
El programa mínimo se había convertido en máximo, la satisfacción de los intereses inmediatos del pueblo solo podía darse desde la ruptura con el orden establecido. Y es en estas situaciones cuando se hace necesaria la toma del poder, que cumpla con el programa del pueblo trabajador. Esta profunda verdad estaba contenida en la consigna “¡Todo el Poder a los Soviets!”.
Porque ¿qué eran los soviets sino los órganos de poder de cada una de las fuerzas sociales implicadas en la lucha revolucionaria?
El proceso revolucionario, cuyas primeras manifestaciones se remontan a la Revolución de 1905, vio el nacimiento, fortalecimiento y extensión de soviets de obreros, soviets de soldados y soviets de campesinos. La unión de estos soviets a nivel de toda Rusia sobre la base del cumplimiento del programa del pueblo trabajador se consumó al calor de la Revolución de Octubre.
¿Qué significaba entonces la consigna de “¡Todo el Poder a los Soviets!” sino dar a los campesinos, a los obreros, al pueblo trabajador, en suma, la capacidad, el poder de decidir y resolver colectivamente sobre sus necesidades?
Sin embargo, no basta con tener buenos análisis, buenas consignas o buenas ideas. “Las ideas, sin organización, tras el impulso inicial van perdiendo eficacia”. Es necesaria la perfecta complementariedad, la vinculación entre la estrategia y el instrumento político, el tener una organización diseñada para cumplir con los objetivos estratégicos.
Esa es la tercera enseñanza de la Revolución de Octubre: el método en un sentido amplio, método de análisis, método de intervención política, método de organización.
Estas enseñanzas, que se encuentran en el núcleo de la teoría y la práctica del leninismo, son parte de la herencia irrenunciable del Octubre Rojo.
El significado de Octubre.
La Revolución de Octubre fue el hecho que marcó el desarrollo del siglo XX.
Ha sido el mayor desafío lanzado contra el capitalismo hasta la fecha, manteniendo en jaquel al imperialismo durante siete décadas.
La Revolución de Octubre y el estado que fundó, la URSS, han constituido la principal experiencia de la clase trabajadora y los sectores populares en el poder en el siglo XX, como la Comuna de París lo fue en el siglo XIX, pese a su efímera existencia de apenas dos meses.
Los setenta años de construcción del socialismo en la Unión Soviética, abiertos por el Octubre Rojo, arrojan un balance con luces y sombras, con aciertos y errores, con avances y retrocesos, pero nos aporta un enorme bagaje del que aprender críticamente para el futuro.
Fue la más firme y sólida base sobre la que pudieron impulsarse las conquistas sociales y políticas de la clase trabajadora y de los sectores populares en todo el mundo.
Derrotó la amenaza del nazifascismo. Más de 20 millones de ciudadanas y ciudadanos soviéticos dan fe del esfuerzo que esto supuso.
Apoyó a los movimientos de liberación nacional, siendo uno de los factores clave de la descolonización.
Con el derrumbe de la URSS, se certificó irónicamente su carácter objetivo de freno a la agresividad del imperialismo y de garante de las conquistas de la clase trabajadora y de los procesos de liberación nacional. La contraofensiva lanzada por el imperialismo tras la desaparición de la URSS ha supuesto profundas pérdidas para las fuerzas revolucionarias de todo el mundo, al margen de la opinión y valoración que sobre la propia URSS y la Revolución de Octubre pudieran tener algunas de ellas.
Sólo ahora, ya entrado el siglo XXI, las fuerzas revolucionarias han recuperado la iniciativa y pasan a la ofensiva en América Latina, siendo plenamente conscientes, tanto en lo positivo como en lo negativo, del legado y las enseñanzas de la Revolución de Octubre y de setenta años de socialismo en la URSS.
El legado de Octubre.
Han pasado noventa años desde la Revolución de Octubre y diecisiete desde el derrumbe de la Unión Soviética.
Con la desaparición de la URSS parecía que las enseñanzas de Octubre habían fracasado, que su significado se había agotado.
Nada más lejos de la realidad.
Las enseñanzas del Octubre Rojo no sólo han influido en todos los procesos revolucionarios y de liberación del siglo XX. No sólo las revoluciones de China, Cuba, Yugoslavia, Vietnam, Chile o Nicaragua han bebido de la experiencia del Octubre Rojo, sino que ahora mismo, también forman parte del bagaje que inspira los procesos revolucionarios de Venezuela, Bolivia o Ecuador.
Ningún modo de producción se ha consolidado en la Historia de forma lineal o unidireccional. La transición de un modo de producción a otro es un proceso que puede abarcar toda una edad histórica. Es un proceso que experimenta avances y retrocesos, auges y caídas.
La necesidad del socialismo y del comunismo nace de las contradicciones del capitalismo, de la opresión, explotación y exclusión que genera. El comunismo, como superación del capitalismo, es necesario para dar solución a la miseria que genera el capitalismo en su desarrollo. Y el Octubre Rojo es, y lo será siempre, el ejemplo más vivo de la posibilidad de la revolución y el socialismo.
Las organizaciones comunistas hemos estado mucho tiempo obcecados en explicar los fallos y los errores del proceso de construcción del socialismo que definió el siglo XX. Y en esas reflexiones, parecía que pensábamos que la tarea de edificación socialista es esencialmente fácil y unidireccional, o como si hubiéramos olvidado que ningún proceso de acción humana puede estar exento de error. Pero la realidad dista de funcionar así. Y hoy por hoy esos análisis no nos dan las respuestas que este momento nos demanda. Porque para afrontar los retos que nos plantea el futuro más inmediato, es necesario que nos preguntemos no porqué cayó la URSS, sino cómo se las arregló para ser capaz resistir durante setenta años a la maquinaria imperialista.
Ahora, frente a las nuevas experiencias de edificación socialista que se abren en el horizonte, para elaborar nuestra propia estrategia revolucionaria y para contribuir a la articulación de la lucha antiimperialista, la Revolución de Octubre será siempre una caja llena de herramientas, de instrumentos, que ayuden, que inspiren y que impulsen nuestra lucha hoy.
Siempre Octubre, siempre Rojo.
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