Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Esta estrofa muestra cómo denunciaba el recordado Blas de Otero la amargura con la que vivían los españoles de no hace tanto, los terribles años de posguerra bajo el yugo fascista, con la palabra como arma irreductible e inagotable, para combatirlo y desterrarlo.
Unos pocos años después, las personas que representamos a la izquierda transformadora, además de luchar por los ideales en los que creemos, luchamos por no perder la palabra. Aunque no es el fascismo quien trata de arrebatarnos tan preciado bien (¿ay si pudieran!); son los grandes partidos, con el bipartidismo como objetivo supremo, trazado desde el mismo inicio de la transición ('En el principio' es el titulo del poema), quienes pretenden amordazar la boca de quienes defienden otra forma de entender la sociedad, más justa, equitativa y solidaria.
Y lo hacen mediante el desprecio a las minorías, para que nunca dejen de serlo. Manteniendo una ley electoral injusta, en la que ambos son los grandes favorecidos. Lo hacen en aquellos parlamentos autonómicos como el de La Rioja, en los que es imprescindible un 5 por ciento de los votos para obtener representación.
Y, en el caso que nos ocupa, lo hacen en ayuntamientos como el de Fuenmayor, donde los últimos gobiernos en minoría (en este caso del PSOE), han manipulado los medios de comunicación públicos locales (sarcásticamente, los mismos que denuncian en el Parlamento autonómico un comportamiento análogo de la derecha del PP). Han tratado de impedir la participación, omitiendo en el orden del día de los plenos los asuntos propuestos por IU. Aplican su «particular modo de entender la democracia» cuando no ponen en práctica mociones aprobadas por la mayoría, con un amplio contenido social, ecológico y progresista o cuando, en múltiples ocasiones, contestan a las preguntas en los plenos con vaguedades, incoherencias y medias verdades, sin argumentos en contra de los datos presentados contrastadamente.
Sin embargo, esparcen excrementos y descalificaciones sobre quienes tratan de hacer (a veces con vehemencia y visceralidad) una oposición digna, responsable y constructiva, en la línea de quienes denuncian en La Rioja las mismas prácticas del PP. Y como último recurso desempolvan el, tan manido como falso, argumento de «la pinza», para tapar sus vergüenzas, que no son otras, al menos en este caso, que la similitud de sus políticas con las de la derecha, o quizá mas reaccionarias.
Con todo, nos queda la palabra. Aún cuando por usarla como instrumento de denuncia y control ante abusos, carencias o derivas neoliberales, en las políticas aplicadas, sin entrar nunca en la descalificación personal, seamos tachados de «personajes faltos de escrúpulos», «desestabilizadores», «calumniosos» y «despropor- cionados», entre otras lindezas.
Nos queda la palabra, por tanto, para intentar poner un contrapunto necesario en ayuntamientos, en parlamentos o en la propia calle, cuando las políticas puestas en práctica se alejan de los intereses de los más desfavorecidos, de los trabajadores, de las clases populares o de aquellos que piensan que otra forma de hacer política y de gobernar es posible.
Nos queda la Palabra.