Confieso que hay días en los que con mucho gusto asaetearía las fotos de mi ex con un puñado de alfileres negros, y que si no lo hago no es por ética ni por miedo (que dicen que la magia negra se vuelve contra una), sino porque no tengo fotos que agujerear: las he quemado todas.
Me he unido en este fervor pirómano a los independentistas que quemaron fotos del Rey y a aquellos jóvenes que, ataviados con camisetas en las que mostraban su "orgullo por ser españoles" y al grito de "Menos pateras, que cierren las fronteras", quemaron en Valencia fotos de Carod-Rovira e Ibarretxe, en una marcha que llevaba como lema "En España los españoles primero: contra la inmigración ilegal y en defensa de nuestros derechos".
Hay dos cosas que no acabo de entender: Una, ¿Qué tiene que ver el independentismo con la inmigración? (¿Acaso los inmigrantes muestran su preferencia por los terruños con rollito independentista? Lo dudo, no he visto mucho emigrante, precisamente, en Hernani o en Oiartzun).
Y dos, ¿Por qué si uno quema una foto del Rey se juega la cárcel mientras que puede quemar tranquilamente la de otro ciudadano sin mayor problema?
Aparte de que nos separa la edad, la orientación política, la cuna y el dinero, creo que jamás me liaría con el Rey porque cuando me dejara (lo doy por hecho porque es que a mí es que me dejan todos, oiga) no podría darme el gustazo de quemar sus fotos. Y eso no arregla nada, la verdad, pero consuela.
Lucía Etxebarria
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