La Comisión de Festejos decide recuperar el partido de fútbol de solteros contra casados, que lleva 20 años sin celebrarse en el pueblo por falta de juventud. Quieren que sea uno de los espectáculos estrella del verano, dotarlo con un gran trofeo y organizarlo al mínimo detalle.
Pero en seguida surgen las dificultades: Antonio, el argentino con cuatro hijos, que logró que reabrieran la escuela, es soltero, según la ficha oficial que obra en el ayuntamiento, pero todo el pueblo le cree casado con la señora que vive y no van a armar ahora un escándalo. Luego está el Mariano, en trance de divorcio, que se empeña en jugar con los solteros porque ya tiene una primera sentencia, aunque está recurrida. Y Alfonso y Ricardo, acogidos al matrimonio gay, contra el que objeta el cura, quien, a su vez, se apunta con el equipo de los casados, como es tradición. Sin contar a Whapa, el senegalés, con unos papeles que le dan a la vez maridado y célibe. Es tal el follón a la hora de repartir a la gente, que al final deciden formar los equipos entre los del pueblo por un lado y los del resto del mundo por otro.
Las vísperas se vivieron con gran expectación. Sobre un rastrojo plano repasado con el rulo, en una tarde de sol y los ribazos abarrotados, se desarrolló un encuentro bronco y pelotonero, sin que el balón se acercara a las porterías. Hasta que el dichoso cura, que no había tocado pelota en toda la tarde, marcó el único gol, de churro y con la coronilla, en el minuto 90. Jugaba con los del resto del mundo. A poco lo matan.
Pero en seguida surgen las dificultades: Antonio, el argentino con cuatro hijos, que logró que reabrieran la escuela, es soltero, según la ficha oficial que obra en el ayuntamiento, pero todo el pueblo le cree casado con la señora que vive y no van a armar ahora un escándalo. Luego está el Mariano, en trance de divorcio, que se empeña en jugar con los solteros porque ya tiene una primera sentencia, aunque está recurrida. Y Alfonso y Ricardo, acogidos al matrimonio gay, contra el que objeta el cura, quien, a su vez, se apunta con el equipo de los casados, como es tradición. Sin contar a Whapa, el senegalés, con unos papeles que le dan a la vez maridado y célibe. Es tal el follón a la hora de repartir a la gente, que al final deciden formar los equipos entre los del pueblo por un lado y los del resto del mundo por otro.
Las vísperas se vivieron con gran expectación. Sobre un rastrojo plano repasado con el rulo, en una tarde de sol y los ribazos abarrotados, se desarrolló un encuentro bronco y pelotonero, sin que el balón se acercara a las porterías. Hasta que el dichoso cura, que no había tocado pelota en toda la tarde, marcó el único gol, de churro y con la coronilla, en el minuto 90. Jugaba con los del resto del mundo. A poco lo matan.
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