Esta semana la Iglesia anunció la futura beatificación de "498 mártires españoles durante la persecución religiosa de los años treinta del siglo XX en España". Resulta curioso que hagan extensible a los años treinta la beatificación cuando la muerte de prácticamente la totalidad de los futuros beatos fue posterior al golpe de Estado del 18 de julio de 1936 contra la legalidad republicana. No hay que ser muy listo para comprender que la Iglesia pretende con un título tan genérico meter en el mismo saco de la guerra todo el período de la España republicana, una época de verdadero esplendor político, social y cultural para una España que no conocía lo que era todavía la democracia en pleno siglo XX.
Coincide este anuncio, no por casualidad, con un periodo en el que la derecha ha perdido los complejos y se lanza a revisar la historia de España más reciente y dolorosa en un intento de contrarrestar la fuerza del discurso contra-hegemónico de la memoria histórica. Así, vemos como los nuevos intelectuales neocon (y otros no tan neo) lanzan proclamas acerca de que la guerra civil en España fue consecuencia de la revolución del 34 en Asturias o que la izquierda fue, por su anticlericalismo, la culpable del estallido del conflicto.
Ya no es suficiente con que durante 40 años la historia fuera escrita por los vencedores y los únicos muertos honrados fueran de un único bando, que no necesita de memoria histórica porque ya la tuvieron (durante la dictadura se rindió homenaje continuo y exaltado a los "mártires que murieron por el bien de España"). En este nuevo intento de reescribir la historia la Iglesia no quiere perderse el vagón de cabeza de la ofensiva, evidentemente porque tiene mucho que perder y esconder.
La misma Iglesia que tarda cinco siglos en reconocer oficialmente sus errores, es la que ante la perspectiva de una España más laica y más democrática pone en juego todo su aparato mediático - social y se moviliza contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía o contra los intentos de regulación del nombramiento de los puestos de profesores de religión en la educación pública.
Sin embargo, no les ha salido del todo bien a la Conferencia Episcopal la campaña publicitaria contra la memoria histórica y por la beatificación de sus mártires. Las portadas de los medios de comunicación han estado dedicadas a la Iglesia, sí, pero a la que ha pagado un millón de dólares a cada uno de los más de 500 niños que sufrieron abusos sexuales en la archidiócesis de Los Ángeles. El pago es para evitar la celebración del juicio, cuando todos sus intentos de silenciar y tapar lo ocurrido se habían demostrado inútiles. Las sobrecogedoras declaraciones de algunas de las víctimas nos dan una idea más cercana de cómo funciona la jerarquía eclesiástica, que parece preferir que no se dañe su imagen a que se conozca la verdad de lo sucedido y se haga justicia, no divina, sino terrenal. Esta misma jerarquía es la que en España es líder de opinión en algunos sectores de nuestra sociedad, ¿no es para tener miedo?
Coincide este anuncio, no por casualidad, con un periodo en el que la derecha ha perdido los complejos y se lanza a revisar la historia de España más reciente y dolorosa en un intento de contrarrestar la fuerza del discurso contra-hegemónico de la memoria histórica. Así, vemos como los nuevos intelectuales neocon (y otros no tan neo) lanzan proclamas acerca de que la guerra civil en España fue consecuencia de la revolución del 34 en Asturias o que la izquierda fue, por su anticlericalismo, la culpable del estallido del conflicto.
Ya no es suficiente con que durante 40 años la historia fuera escrita por los vencedores y los únicos muertos honrados fueran de un único bando, que no necesita de memoria histórica porque ya la tuvieron (durante la dictadura se rindió homenaje continuo y exaltado a los "mártires que murieron por el bien de España"). En este nuevo intento de reescribir la historia la Iglesia no quiere perderse el vagón de cabeza de la ofensiva, evidentemente porque tiene mucho que perder y esconder.
La misma Iglesia que tarda cinco siglos en reconocer oficialmente sus errores, es la que ante la perspectiva de una España más laica y más democrática pone en juego todo su aparato mediático - social y se moviliza contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía o contra los intentos de regulación del nombramiento de los puestos de profesores de religión en la educación pública.
Sin embargo, no les ha salido del todo bien a la Conferencia Episcopal la campaña publicitaria contra la memoria histórica y por la beatificación de sus mártires. Las portadas de los medios de comunicación han estado dedicadas a la Iglesia, sí, pero a la que ha pagado un millón de dólares a cada uno de los más de 500 niños que sufrieron abusos sexuales en la archidiócesis de Los Ángeles. El pago es para evitar la celebración del juicio, cuando todos sus intentos de silenciar y tapar lo ocurrido se habían demostrado inútiles. Las sobrecogedoras declaraciones de algunas de las víctimas nos dan una idea más cercana de cómo funciona la jerarquía eclesiástica, que parece preferir que no se dañe su imagen a que se conozca la verdad de lo sucedido y se haga justicia, no divina, sino terrenal. Esta misma jerarquía es la que en España es líder de opinión en algunos sectores de nuestra sociedad, ¿no es para tener miedo?
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