Coincidiendo con las pérdidas multimillonarias que durante los últimos días han sufrido las firmas constructoras que cotizan en bolsa, hemos conocido que el metro cuadrado en el centro de Logroño ha escalado hasta cotas inalcanzables. Tal es así, que algunas de las viviendas ubicadas en Gran Vía, Víctor Pradera o el Espolón se han disparado hasta los 5.700 euros el metro cuadrado, peaje imposible, no ya para los bolsillos de la clase media sino, incluso, para las carteras de piel de aquellos ciudadanos más pudientes que todavía no han llegado al status de rico.
Mientras las señales de alarma se disparan en los mercados financieros, mientras los tipos de interés mantienen su tendencia al alza, mientras las autoridades españolas y europeas hablan sin ambajes de una desaceleración en el sector inmobiliario, el centro de la capital riojana empieza a ser conocido como la 'milla de oro'.
Bien es cierto que el grado de locura instalado en la ciudad no es, ni con mucho, comparable con la vesania que padecen Madrid o Barcelona, cuyo prohibitivo metro cuadrado roza los 15.000 euros en la Castellana o en el Paseo de Gracia, respectivamente. Y es que el que no se consuela es por que no quiere.
El riesgo, sin embargo, no parece ser tan atosigante cuando, a la par que los carteles de «se vende» permanecen cada vez durante más tiempo en las ventanas de los pisos vacíos, los proyectos de nuevas viviendas se multiplican como los panes y los peces junto al lago Tiberiades.
Buena parte de los inversores que han apostado por refugiar sus capitales a la sombra del dios ladrillo se plantean ahora la duda -razonable duda- de si acertaron o no a la hora de sustituir el 'valor oro' por esos paralelepípedos rectangulares de barro cocido que, una vez soldados con cemento, se cotizan más que un Van Gogh en Christie's, aunque no tengan 24 quilates.
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